En los últimos años, caracoles y babosas han adquirido un rol protagónico entre las plagas que afectan los cultivos extensivos y hortícolas. Su aparición está estrechamente vinculada al cambio en los sistemas de producción, particularmente al avance de la siembra directa, que ofrece un hábitat ideal para su desarrollo.
Estos moluscos gasterópodos son capaces de causar daños significativos desde las etapas más tempranas del cultivo, comprometiendo la emergencia, reduciendo la densidad de plantas y afectando directamente el rendimiento.
Biología y comportamiento
Caracoles y babosas no son insectos, sino moluscos terrestres que presentan características biológicas distintas pero un comportamiento agronómicamente similar. Son de hábitos nocturnos, sensibles a la desecación y altamente dependientes de condiciones de humedad. Durante el día se refugian bajo rastrojos, piedras, terrones o dentro del suelo, emergiendo por la noche para alimentarse.
Tienen una alta capacidad reproductiva: una babosa puede poner entre 100 y 800 huevos por ciclo, mientras que un caracol deposita entre 50 y 150. Esta prolificidad, sumada a su capacidad de consumir hasta el 50% de su peso en una noche, los convierte en una amenaza silenciosa pero poderosa para cultivos como soja, trigo, girasol, maíz, garbanzo y una gran variedad de hortalizas.
Condiciones que favorecen su presencia
Suelos con altos contenidos de materia orgánica, temperaturas entre 15 y 20 °C y ambientes húmedos son ideales para la proliferación de estos moluscos. La siembra directa, los residuos de cosecha sin incorporar y la falta de laboreo actúan como factores predisponentes.
Estas condiciones no solo favorecen su presencia, sino que permiten que las poblaciones se mantengan estables o crezcan a lo largo del ciclo del cultivo.
Monitoreo y diagnóstico
El monitoreo temprano es la herramienta clave para definir la estrategia de manejo. Se recomienda iniciar al menos 7-10 días antes de la siembra y continuar durante las etapas de emergencia y desarrollo inicial (hasta 4 hojas verdaderas).
La técnica más común consiste en muestreos puntuales con marcos de 50 x 50 cm (¼ m²), contabilizando adultos y huevos hasta 5 cm de profundidad. Se sugiere una estación cada 1,5 a 2 hectáreas para estimar la densidad poblacional promedio del lote y compararla con los umbrales económicos de daño.
Además, es importante repetir el monitoreo en etapas más avanzadas del cultivo, ya que también pueden aparecer próximos a la cosecha, afectando la calidad del grano recolectado por incremento de humedad y presencia de residuos mucilaginosos.
Estrategias de manejo integrado
Un abordaje efectivo exige una estrategia de Manejo Integrado de Plagas (MIP), que combine distintas prácticas:
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Manejo cultural: reducción de rastrojo superficial, rotación de cultivos, manejo del riego y eliminación de refugios.
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Manejo químico: aplicación localizada o en cobertura de cebos granulados formulados con atrayentes específicos y excelente palatabilidad.
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Manejo físico: trampas y barreras, útiles para monitoreo y control puntual.
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Manejo preventivo: anticiparse a las condiciones ambientales que favorecen su aparición.
El uso de cebos granulados es actualmente la herramienta más eficaz para su control, especialmente en situaciones de alta presión poblacional. Su efectividad depende de una buena distribución, una formulación de calidad, atracción eficiente y resistencia a la humedad.
Conclusión
Las babosas y caracoles, aunque muchas veces pasan desapercibidos, representan un riesgo real y creciente en sistemas agrícolas modernos. Su control oportuno es clave para garantizar una buena implantación y evitar pérdidas en el rendimiento.
Un monitoreo sistemático y un manejo adecuado permiten tomar decisiones fundamentadas y aplicar tratamientos de forma localizada, optimizando recursos y cuidando el ambiente.